Take me or leave me {Libre}

Caminaba por las calles de Manhattan de vuelta a casa desde el trabajo, utilizando los edificios como parapeto para la constante lluvia, intentando salvar el cigarrillo que estaba fumando de los abates del viento y el agua. Una misión que, por cierto, me estaba siendo harto difícil en aquellos momentos. Hacía tiempo que había desistido de utilizar paraguas con aquel endiablado tiempo, puesto que de todos modos llegaba a casa calado hasta los huesos. A veces me limitaba a detener el agua por mí mismo, pero carecía de la paciencia necesaria para mantener una actividad mágica tan... banal. Sí, creo que esa es la palabra correcta. Aún se me atraganta el inglés algunas veces. Dí una calada, aunque el humo se disipó casi al instante entre las delgadas agujas de la lluvia, y tiré la colilla al suelo, donde se apagó sin poder remediarlo. Crucé la carretera en dirección al siguiente pedazo de acera esquivando los coches y ganándome algún que otro bocinazo como premio.

Levanté la mirada para encontrarme con los deslumbrantes carteles de Times Square, que parecían haber ganado luz desde que había comenzado aquella incesante lluvia hacía ya medio año. Me gustaba pensar en aquel barrio como el pequeño sol particular de Manhattan, aunque por lo demás, es decir, por las multitudes y su charla, los coches con su irrespirable humo y sus motores rugientes, y demás esperpentos de la humanidad, ese barrio me desagradaba en gran medida. Y sin embargo, siempre pasaba por ahí de camino a mi hogar, como si fuese una planta necesitada de ese brillo para hacer la fotosíntesis. No te confundas, dada mi condición de brujo de agua, me parece perfecto que siga lloviendo, pero me resulta un tanto antinatural. Además, echaba de menos la nieve, esa blanca masa de diversión con la que Andréi y yo nos divertíamos tanto en Moscú años atrás. Y todo aquello había quedado tan atrás...

Intenté deshacerme de esos pensamientos. Lo último que necesitaba era ponerme nostálgico en medio de aquella aglomeración de gente. Aunque ciertamente, ese día parecía haber disminuído y mucho el número de transeúntes de la ciudad. También es lógico, teniendo en cuenta todos los altercados "sobrenaturales" que se estaban produciendo con no demasiado disimulo por aquellas calles. Me apoyé contra uno de los edificios y sacudí la cabeza, intentando librarme de las frías gotas que recorrían lentamente mi pelo. Sentí el colgante con la estrella bailando alrededor de mi cuello por mis movimientos. Cuando terminé, me di cuenta de que, si bien me había quitado de encima el agua, alguien que caminaba cerca acababa de empaparse por mi culpa.

-Vaya, lo siento-esbocé una sonrisa lastimera, logrando a duras penas contener la risa por lo que acababa de pasar.

Veamos... ¿qué es lo que esperas cuando empapas a alguien, sea por el motivo que sea? Yo creo que, por lo menos, una mirada asesina, una retahíla de insultos, una brabuconada. No sé. Algo de ese estilo. Y, de veras, me había empleado a fondo en quitarme todo el agua de encima -quiero decir, me empleé mágicamente a fondo para quedar bien seco-. Pues lo único que recibí del que yo creí desafortunado chico fue una sonrisa y un comentario que me había dejado un poco patidifuso. Se me atragantó la risa que había estado conteniendo, convirtiéndose de esa manera en un súbito ataque inesperado de tos, que retuve como pude con una mano. Lo analicé con tranquilidad. Sí, es una mala costumbre que tengo. No todo el mundo suele soportar que un desconocido le haga un escáner visual, pero no puedo remediarlo.

Había algo agradable en aquel muchacho, que parecía un par de años más joven que yo, aproximadamente. Quizá fuese por aquello de no haberse puesto a lanzar improperios contra mí tras el remojón. Sí, seguramente mis simpatías derivasen de esto. O quizá de que creía percibir algo en el. ¿Magia tal vez? Sacudí la cabeza. Ultimamente todo Nueva York estaba inundada de un aura mística debido al aumento de los altercados de tipo sobrenatural, que no estaba completamente seguro de saber si lo que pensaba se acercaba a la realidad. Me di cuenta demasiado tarde de que aquel desconocido aún estaba allí, posiblemente esperando a que terminase mis cabilaciones.

-Como sea, perdona, igualmente-insistí, puesto que me pareció lo más correcto. Luego le tendí una mano, esperando a que me la estrechara, a modo de saludo y presentación formal-. Me llamo Anton. Y no creas que tengo por costumbre fastidiar al primero que se me ponga delante-añadí con una sonrisa. Repasé mentalmente alguna de las costumbres americanas cuando dos personas se conocen, mientras jugaba con el amuleto que pendía de mi cuello con los dedos-. ¿No vas un poco ligero de ropa?