Our little war {Elliott}

Tanto utilizaba el reproductor de música que había llegado a creer que éste había generado una conciencia propia. El caso es que el aparato, que siempre estaba en reproducción aleatoria, por cierto, ponía las canciones que más se ajustaban a cada momento, como una suerte de banda sonora propia. Incluso había momentos en los que pensaba en una canción y aparecía la siguiente en la lista. ¿Magia? Lo dudaba mucho. La suerte parecía más plausible. Por poner un ejemplo, mientras me dirigía con una calma casi exasperante hacia Central Park, una de mis favoritas, una melodía lenta, pero que debido al volumen que había programado en el iPod amenazaba con perforarme los tímpanos sin piedad. Las gotas de lluvia parecían pensárselo dos veces antes de tocarme y caían a mi alrededor, gracias al leve esfuerzo que estaba haciendo por repelerlas mientras cruzaba la carretera a toda prisa en dirección a ese bosque, más que parque, que poblaba las entrañas de Manhattan.

Una vez que encontré refugio entre las tupidas ramas que cubrían el cielo, dejé de ejercer presión sobre mi entorno de forma mágica, puesto que ya no necesitaba hacer eso para mantenerme seco. La vegetación se encargaría de eso por mí. Estiré los brazos hasta que sentí que un par de articulacines empezaban a sonar. Era justo lo que necesitaba. Hice un par de aspavientos y seguí caminando. Es bastante común que me dedique a pasear por allí cuando encuentro un rato libre. El pulmón verde de la gran ciudad era el sitio más calmado y más "natural" en varios kilómetros a la redonda. Un lugar perfecto para pensar, sobre todo teniendo en cuenta que desde que empezaran las lluvias, el número de visitantes había disminuído notablemente. Y eso me venía de perlas. Por el rabillo del ojo, vi a una ardilla perdiéndose entre el follaje. Sí, era el mejor lugar de todo Nueva York. Y eso porque no me atrevía a generalizar un poco más.

Algo que no me puedo explicar es cómo acabo siempre en el mismo lugar. Era un estanque, a medio caballo entre una charca y un lago no muy grande. Las gotas de lluvia dibujaban ondas en la superficie, que no hacía más que erizarse en un millar de lugares distintos a cada segundo. Me apoyé contra el tronco de uno de los árboles, por no salir a aquel diluvio, que si bien no me era molesto, me parecía antinatural. El gesto tranquilo que había dominado mi rostro hasta hacía unos pocos segundos se desvaneció.

-No, no, no. Vamos hombre, ahora no-protesté inútilmente mientras rebuscaba en el bolsillo de mi pantalón-. Traidor-reproché, mirando a mi antes fiel iPod, que en ese momento yacía inerte, es decir, descargado, entre mis manos-. Me has dejado tirado. Muy bonito-resoplé-. ¿Y ahora qué hago yo aquí plantado?

Supongo que comprenderás que estuve soltando improperios contra mi iPod durante, al menos, un par de minutos más. No es que creyera que el aparato de marras pudiese oírme, por mucho que sospechara de que hubiese magia influyendo en su lista de reproducción. No estoy loco. Al menos, eso creo. De todos modos, y por mucho que le gritase, no conseguí volver a encenderlo. Así que limité a echar tacos para descargar la ligera frustración que sentía. ¿Era capaz de mover varios litros de agua a voluntad, pero ni siquiera podía escuchar música cuando yo quisiera? Me parecía ilógico. Además, al no tener nada que hacer, me sentí tranquilo de desahogarme de ésa y alguna disyuntiva interna más.

Hasta que oí una voz que, aunque taimada y más suave que la mía, se hizo notar entre mis palabras. Quizá fuese esa misma calma la que me hizo darme cuenta de que alguien más hablaba. La voz me era conocida. No de alguien con el que hubiese tenido mucho contacto, puesto que me costaba realizar un retrato mental del dueño de aquella vez, algo que podría hacer sin problemas oyendo a mis amigos. Giré sobre mis talones para buscar a mi ahora interlocutor. No me costó mucho encontrarlo, porque no había nadie más cerca. Sí, claro que lo conocía. De hecho, hacía poco de ello. Se llamaba Elliott, si no recordaba mal. Esbocé una sonrisa culpable. No me importaba mucho que hubiese oído aquella escenita. Sí. Oído. No visto. Me acerqué a él y le puse una mano en el hombro.

-Hola Elliott-me puse a su lado en el árbol, con una pierna doblada y apoyada sobre la corteza-. Me sorprende encontrarte precisamente aquí. Y yo que esperaba tener un ratito de paz y tranquilidad...-bromeé, intentando sacarle una sonrisa-. Parece que eso ya no va a ser posible contigo rondando por aquí, ¿eh? Aunque, mejor pensado... supongo que ya te habrás enterado porque me habrás oído, pero me he quedado sin batería en el iPod, así que me vienes de perlas-seguía bromeando. Por alguna extraña razón, al ver a alguien a quien ya consideraba mi amigo, por poco tiempo que hubiese pasado con él, había conseguido alejar la mala leche anterior.