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Mensaje por Iô Smári Lun Mayo 09, 2011 10:16 pm

12 Junio, Noche



“El mundo gira, la cabeza me da tantas vueltas que no sé si de verdad la llevo pegada al cuello. Las setas que me he comido están haciendo su efecto, sí, los colorines ya empiezan a convertirse en perros saltarines. Las formas de los edificios me recuerdan a engranajes, a cosas que no encajan, entre ellas, mi propia vida…”

Sus pasos se tambaleaban al ritmo de las espirales de su cabeza. Intentando aferrarse a algo, se fue apoyando en las húmedas paredes de los callejones. No quería salir a la luz, pues todo el mundo la señalaría como si fuese una jodida vagabunda. Su aspecto no podía ser más penoso, esto era debido, a que llevaba varios días dando tumbos por la ciudad; al principio había salido al divertirse, pero justo antes de volver al prostíbulo, se topó con un cartel que removió todo el odio que llevaba guardado desde hacía dos años. Aquel brillante anuncio con el grupo de baile al que ella había pertenecido, le recordó su fracaso como ser humano, lo penosa que se había vuelto su vida. Cerrando los ojos, le dio un fuerte puñetazo a la pared de ladrillo, sin embargo, el dolor físico no compensó para nada a su sufrimiento emocional. Iba a tener que drogarse más…Olvidar o vivir lamentándose, esas eran las únicas opciones que la quedaban. Siguiendo con su caminata hacia ninguna parte, se encontró con un bar que aún no había cerrado, que aún casi vacío, parecía tener el ambiente apropiado para su estado mental. Entrando de forma triunfal, se dirigió a la barra sin pensárselo dos veces, un poco de alcohol calmaría su mal humor. Tras cinco chupitos de tequila seguidos, miró a su alrededor en busca de algo de diversión, pues la mejor manera de defenderse del mundo, es enfrentándose a él con las dos mejillas ¡Viva el masoquismo!

Sonriendo a los hombres del bar, que por suerte para ella, eran la única clientela del lugar, se fue directa a por el tocadiscos manual. Hacía años que no veía una antigualla de esas. Seleccionando la canción para dar ambiente a su espectáculo improvisado, metió el medio dólar por la ranura y aguardó a que la música estallase en sus tímpanos como una granada de mano contra el enemigo. Su cuerpo fue apresado por el ritmo atrayente de la melodía, y con ello, toda su seducción fue desplegada; sus caderas se movían con frenetismo, su escasa ropa dejaba entrever sus delicadas formas féminas. Sus ojos se perdieron con el brillo vicioso de la lámpara que colgaba del pecho, sus labios se abrieron buscando una bocanada de oxígeno que no llegaría a su cerebro ni aunque sus pulmones se expandiesen por completo, la cantidad de estupefacientes que llevaba en sangre se lo impedía. Algunos de los presentes aprovecharon la oportunidad para rozar su nívea piel, no obstante, ella les dio pronto esquinazo; no iba a tener sexo con cualquier idiota si encima lo hacía gratis.

Volviendo a la barra, se dio cuenta de que alguien le había quitado la camiseta rota que llevaba, encogiéndose de hombros, se pidió una copa de absenta. El licor la calentaría. Mientras esperaba a que el camarero la preparase, se sacó un cigarrillo de la pitillera, le daba igual si estaba prohibido fumar, ella podía saltarse las reglas. Los hombres siempre hacían lo que a Iô se le antojaba. Al no encontrar el mechero, se giró sobre el taburete para ver si alguien le podía prestar uno- ¿Tienes fuego?- Preguntó al más abstraído de todos; ahora no necesitaba a nadie que le mirase las tetas- ¿No? Pues que te den- Espetó al ver que tardaba en responder. Rápidamente el camarero atendió su petición. Aspirando con fuerza la nicotina, echó el humo en la cara al hombre solo provocar. Hoy el mundo le daba igual, de hecho, le hubiera gustado meterse en alguna pelea callejera, la violencia es la forma de liberación más placentera que conoce. Bebiendo un poco de la copa, fue perdiéndose en su mundo decadente, en la pesadilla que ella había elegido al creer que no merecía nada mejor, que era una maldita asesina. Una mala persona. La cortina de humo la cubrió por completo con su manto vicioso, y por un momento, olvidó el desafío que le había lanzado al hombre que bebía a su lado con el mismo aire melancólico.

“Tengo frío, estoy cansada, pero aún no puedo volver al trabajo, aún se me nota en la cara que estoy asqueada. Una copa más, y todo volverá a la normalidad…¡ Ven a mí, madre de todas las resacas!”


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Mensaje por Blake Feurstein Mar Mayo 10, 2011 9:46 pm

Con un simple gesto de los dedos y una mirada perezosa, el camarero entendió lo que pretendía decirle sin necesidad de palabras. Se echó al hombro el trapo viejo que había estado usando para limpiar y secar los vasos y se centró en atender su muda petición. Cuando se dispuso a rellenar su vaso vacío de whisky, negó con la cabeza y murmuró con voz ronca:

-Claridge.

Con un encogimiento de hombros, el tipo echó en una coctelera un poco de diferentes bebidas: ginebra, vermut, brandy de albaricoque y Cointreau, las cuales fueron seguidas inmediatamente por un puñado de hielo picado. El camarero agitó vigorosamente la coctelera entre sus rechonchas manos y finalmente dejó caer la mezcla sobre un vaso que tendió a Blake provocando un golpe seco en la barra, antes de alejarse mascullando algo entre dientes. Probablemente, ningún humano hubiese podido escucharle, pero Blake no lo era. “Bebida de mujeres”, había comentado para sí mismo. Aquellas palabras no lograron enfurecerle, sino que por el contrario le arrancaron una sonrisa amarga, resultándole indiferente el comentario.

Se llevó con parsimonia el frío cristal a los labios, agitándolo con un balance de su muñeca antes de besar finalmente el vidrio del recipiente, tomando un sorbo del contenido que le llenó de gozo y le alivió el sabor ahumado que el whisky había dejado en su paladar.

Beber para olvidar, suele decirse. Sin embargo, y a pesar de llevar ya unas cuantas copas, Blake no había olvidado. Era cierto que los licántropos, e incluso un simple humano de su estatura y musculatura, aguantaban más los estragos del alcohol, pero el caso era que el joven aún no había olvidado. Aún sentía aquella opresión en el pecho, ese dolor lacerante en el corazón; y el sonido de la lluvia que caía sin cesar afuera, el ambiente penoso del bar y la droga depresora que bebía no contribuían a paliar esa realidad.

En aquel momento entró otra persona en el local, que no habría llamado de ninguna manera su atención de no haberse tratado de una mujer; pues desde que había entrado en aquel antro, y de ello hacía ya unas horas, no había visto el menor rastro de cualquier fémina. No le dirigió una segunda mirada ni siquiera cuando se sentó cerca suyo en la barra, tampoco cuando se levantó dirigiéndose al fondo de la sala, sino cuando la música comenzó a sonar fuerte y atronadora en el local. Ni siquiera se había fijado en que había un cacharro de esos allí, aunque sabía que, de haberlo hecho, no le habría importado lo más mínimo. Blake la contempló con desapasionado interés sin saber qué pretendía hasta que la joven comenzó a moverse. Sorprendido, siguió con la mirada, aunque de un modo muy distinto al del resto de hombres del local, el baile de la joven, contemplándola sin ocultar su admiración. Su estilizado cuerpo seguía a un compás perfecto la música con movimientos fluidos, excitantes, sensuales y feroces. Tampoco le pasaron inadvertidos los gestos del resto de hombres del bar ni, por supuesto, sus intenciones. Blake volvió la mirada a la joven que les evitaba con gracia sin interrumpir su danza, era tan sólo una niña, al menos a sus ojos. Apretó los puños en la mesa y tensó los músculos de los brazos; su cuerpo anticipándose a la pelea de proteger a cualquiera que lo necesitase, tarea a la cual se había dedicado la mayor parte de su vida. No obstante, se obligó a girar la cabeza con brusquedad y apartar la mirada, dando otro trago de su bebida, recordándose que se había prometido no volver a cuidar de nadie más. Todo lo que tocaba, tarde o temprano era destruido.

Comprobó por el rabillo del ojo cómo la joven, al terminar la canción, volvía a sentarse en la barra, esta vez más cerca suyo. Al no haber mostrado intenciones de entablar conversación alguna con ella, le pilló desprevenido cuando se giró hacia él para pedirle fuego. Blake se volvió hacia la joven y le devolvió la mirada, quedando casi paralizado al instante y sin responder a su pregunta. Agarró con fuerza el vaso que sostenía, haciendo que la punta de sus dedos se quedase completamente blanca, faltando poco para que rompiese en mil pedazos el frágil –para él- cristal. “So… Sophie…” Ahora que miraba de una manera más directa a la muchacha, descubrió sus cabellos oscuros, su piel pálida y su aspecto frágil, pero no fue ninguna de esas semejanzas las que le recordaron inmediatamente a la niña que, de seguir viva, tendría casi la edad de aquella chica. Sus ojos, de un intenso azul, devolvían una mirada nostálgica si te atrevías a ver más allá, exactamente que los de la niña que él encontró sola y abandonada en aquel callejón. Al no obtener una rápida respuesta, la joven se volvió a girar enseguida, y el embrujo se rompió, a la par que él agitaba la cabeza para despejarse, gesto inútil por la cantidad del alcohol que corría por sus venas. Los ojos le escocían por el humo que la chica le echó encima, pero ya no se atrevió a apartar la mirada de nuevo. Pese al juramento que se había impuesto a sí mismo, y tal vez por la confusión que había experimentado sumado al alcohol, se levantó del taburete y se quitó la chaqueta de encima para colocársela con cuidado por encima de los hombros a la joven.

-Tú la necesitas más que yo.-murmuró como única explicación, antes de regresar a su sitio, observándola con curiosidad. ¿Qué hacía ella sola en un antro como aquel a esa hora? No obstante, no preguntó; al fin y al cabo, ya había dejado de ser el viejo Blake.


Última edición por Blake Feurstein el Miér Ago 10, 2011 12:29 am, editado 1 vez
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Mensaje por Iô Smári Miér Mayo 11, 2011 5:39 pm


“Pero… ¿ Qué cojones? Veamos, que yo me haga un esquema para no perder el hilo, el payaso al que antes le he preguntado para que me diese fuego, viene y me da su chaqueta, así, por la cara y la magia Disney que ahora ha comprado Marvel. Bien, no entiendo una jodida mierda de lo que está pasado, aunque… ¡Espera, estoy borracha! “

Mirándole sin entender nada, Iô, pidió un chupito de lo más fuerte para ambos, pues al parecer, aquel hombre estaba por las mismas razones que ella en aquel antro de mala muerte. Tocándole el hombro, se lo tendió sin más explicación, ella no solía hablar demasiado. No desde el accidente. Su forma de ser se había retraído por completo, ahora, era una callejera malhablada, una puta sin verdadero oficio. Soltándose el cabello, lo dejó caer de forma salvaje sobre su ahora cubierta espalda, lo que, realmente era de agradecer. Se estaba quedando helada. Abrazándose a la enorme chaqueta, subió la cremallera con su particular sonido metálico. Por esta noche ya había mostrado demasiado, es más, si Jimmy se enterase se enfadaría por el gesto. A su jefe no le gustaba que ella hiciese NADA gratis. Claro que, ahora nadie podía juzgarla, nadie podía ver su debilidad en pleno auge. Iô solo muestra una cara cuando trabaja, y por desgracia, suele ser la más falsa. La que más le conviene para no sentir que es basura, para no pensar en que si sus padres viviesen, se habrían pegado un tiro al observar en qué se estaba convirtiendo su existencia. Los jóvenes tienden a usar la excusa del famoso Carpe Diem, mas no se dan cuenta de que es solo una gilipollez, una manera de no reconocer las acciones sin sentido que se comenten al no sopesar las consecuencias de las propias acciones. Al no tomar las riendas de la vida.

-No creo que una chaqueta vaya a servirme de mucho- Apostilló al acabarse chupito- Pero supongo que es un buen gesto- No iba a darle las gracias; no es su estilo. Iô solo saber ser medianamente agradable cuando la presencia de alguien no la irrita, sino, tiende a ponerse como una fiera. A contestar mal si razón aparente- Otra copa- Le dijo al camarero que parecía irritado porque la pequeña hubiese elegido a aquel hombre y no a él, no obstante, la prostituta pasó de su cara larga, a los de su clase nos les pagan por opinar con quien se acuesta la clientela. Removiendo el vaso con los dedos, lo probó con una sonrisa adorable. Su hosquedad se había ido lejos, el alcohol empezaba a dejar salir su verdadero espíritu. Encendiéndose otro cigarrillo, aspiró el humo con los ojos cerrados- Sea lo que sea que te hunde, no debes buscar el salvavidas en la bebida- Le dijo de sopetón- No creo que quieras acabar como ellos- Señalando al resto de hombres del bar- rió con sarcasmo- O como yo- Aquella afirmación vino acompañada de una larga calada- Supongo que has pensado que necesito ayuda- Enarcando una ceja, se dio cuenta de que tenía toda la razón- ¡ Qué típico!- Le resultaba curioso que la gente fuese por ahí haciendo de samaritana, poniendo vendas en todas las heridas que ven, mas dejando las suyas propias erosionándose al aire. Demasiado curioso- Siento decirte que te equivocas- Con un gesto, el camarero le trajo una copa entera de vodka para ella sola- Toda la decadencia que destilo, la cultivo día a día. Es parte de mi encanto- El líquido abrasó su garganta, y gran parte de su estómago, sin embargo, no se inmutó, ya estaba a acostumbra a alimentarse del elixir del demonio- No obstante, me gustaría decir en mi defensa, que incluso los despojos humanos servimos a la sociedad… ¿Te imaginas un mundo sin prostitutas, sin dolor, sin guerra, sin hambre?... ¡Demasiado utópico!- Dijo contestándose a sí misma. Iô no cree en los finales felices o en las segundas oportunidades. Ella, mejor que nadie, sabe lo que es el desengaño de la vida, quedarse sin corazón- ¡Bridemos!- Cambió de tema de repente, no por nada, sino porque su cabeza no estaba en condiciones de seguir razonando. Sus neuronas ya se habían ahogado por completo, su sistema nervioso estaba totalmente anulado, ahora solo le quedaba el modo automático, el despreocupado. Mañana cuando se levantase echaría la culpa a los africanos, al papa por ir promocionando el vino con la excusa de que es la sangre de Cristo.

Quitándose la chaqueta del desconocido, se la tendió con una risilla- Ahora eres tú el que la necesita- No explicó por qué, ya que su coherencia, y cohesión incluida, parecían haber ido a parar a una batidora- Y dime…- Al no saber su nombre, se quedó un minuto largo mirándole, examinado la tristeza profunda que se había quedado atorada en su bella mirada- ¿Qué es peor, que no saber, vivir o desaparecer?- Esa era la eterna cuestión que la atormentaba, la duda que la carcomería hasta el día de su muerte. Su padre una vez le lanzó esa pregunta, sin embargo, no le dio respuesta, pues consideró adecuado que su hija pensase, que su cerebro idease la fórmula correcta para aquel planteamiento- Iô- Sus labios volvieron a besar la botella, volvieron a unirse en un secreta caricia. Alcohol para olvidar, resaca para lamentar, y recuerdos en negro para no dejar rastro de una vida silenciosa, llena de altibajos que a nadie interesan.
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Mensaje por Blake Feurstein Jue Mayo 19, 2011 8:44 pm

Había llegado a pensar que la joven no volvería a dirigirle una segunda mirada, por lo que apartó la suya y se centró en vaciar el contenido de su copa de un último trago. Sin embargo, el toque que sintió en el brazo lo hizo volverse, viendo el chupito que ella le tendía, aceptándolo y tomándolo de entre sus manos con una sonrisa algo cínica que en el pasado, jamás nadie podría haberle visto esbozar.

Ver cómo aceptaba el gesto de él al abrocharse la chaqueta hasta arriba le complacía, más aún al comprobar que no había interpretado de una manera incorrecta su gesto, confundiendo sus intenciones con las del resto de hombres del local. No obstante, él nunca había necesitado los "gracias" al obrar con caridad, y realmente seguía sin hacerlo; la visión que obtenía al ayudar a alguien le proporcionaba la suficiente felicidad como para sentirse lo suficientemente satisfecho. Jimmy, su antiguo compañero y amigo, aquel crío que había sido el Beta cuando él era el líder de la manda y que acabó como un simple despojo sin pellejo, solía comentar a menudo a modo de chanza que Blake era el tipo más egoísta que conocía, pues utilizaba los actos de ayuda para obtener su propio placer. El licántropo se planteaba seriamente en aquellos momentos si no habría estado muy cerca de la verdad.

Se encogió de hombros con una nueva sonrisa, en absoluto alegre, mientras levantaba el brazo y volvía a tragar el contenido de su premio. Sin embargo, fueron sus siguientes palabras las que lo sumieron en la sorpresa; dándole a entender su anterior error. El parecido que esa chica mantenía con Sophie se reducía al físico, en su interior las semejanzas no eran tan variadas.

-Sea lo que sea que te hunde, no debes buscar el salvavidas en la bebida. No creo que quieras acabar como ellos. –Le dijo la sartén al cazo. Blake, antes de desviar su mirada azul hacia el resto de tipos de aquel antro, enarcó una ceja, asumiendo una expresión bastante irónica.- O como yo.- La madurez que sus palabras comenzaron a mostrar no fue la que heló la sangre en sus venas, aunque influyó bastante junto con la amargura que destilaban. Amargura que compartía en su propio interior y que, de todos modos, debería haberse esperado encontrar al verla actuar de aquella manera en un lugar como ese, sola.- Siento decirte que te equivocas. Toda la decadencia que destilo, la cultivo día a día. Es parte de mi encanto.

Blake, por unos instantes, la contempló sumido en el más absoluto mutismo, embargado por una sensación que conocía muy bien. En ocasiones, especialmente en el pasado, el joven tigre encontraba a una persona que ejercía sobre él una poderosa fuerza de atracción, pero que nada tenía que ver con lo sexual. Era como una alarma diseñada especialmente para sus oídos, como si aquellas personas gritasen pidiendo ayuda en un idioma que sólo él conocía, siendo él el único que podía ofrecer su ayuda. Y entonces era cuando Blake se entregaba en cuerpo y alma a dicha persona, siendo él mil veces más feliz que la otra cuando solucionaba su problema. Había experimentado esa sensación en incontables ocasiones, también con Sophie y con la mayoría de las parejas que había tenido. Muchos comentaban en broma que era un ángel caído del cielo… no obstante, ahora únicamente se trataba de un ángel con las alas vejadas y retorcidas en ángulos grotescos e imposibles, con plumas grises y negras manchadas de polución. Desde lo acontecido, mentiría si afirmase que no había vuelto a encontrarse en las mismas situaciones, mas se había limitado a hacer oídos sordos a las exclamaciones de socorro que únicamente su corazón podía escuchar. Ahora, en cambio, la tentación de ofrecer su ayuda, por nimia e inútil que esta pudiese ser, a aquella adolescente, le resultaba exasperantemente irresistible. Los gritos que aquella joven le enviaba sin ser consciente de ellos eran absolutamente ensordecedores.

-Estás borracha.-le recriminó, pero alzó una comisura que indicaba que esperaba no tardar demasiado en estarlo él también. Su condición de licántropo, sumado a su desarrollada musculatura y a su peso y altura hacía que tardase más de lo habitual en caer preso del alcohol y otras drogas, para desgracia suya y de su anatomía. Recogió su chaqueta sin oponerse mientras desviaba la mirada al empezar a escuchar su pregunta, intrigado. Su cuestión le resultó sorprendente pero no por ello la pasó por alto y, mucho menos, subestimó. De hecho, tras reflexionar unos instantes, creyó averiguar la respuesta, ya que era su grave problema:- Créeme, no saber vivir es una de las peores torturas que asolan al ser humano, desde siempre. Si sabes vivir, no tendrás que preocuparte por no saber desaparecer, con lo cual compensa ambas ignorancias. –sonrió ante lo filosófica que se había tornado aquella conversación. Tal vez, al fin y al cabo sí estaba más borracho de lo que pensaba. – Blake. –añadió entonces, imitando su gesto mientras paladeaba su nombre en su mente, Iô. Casi habría preferido desconocerlo, saber su nombre ahora lo ligaría aún más a aquella joven, y Blake intentaba por todos los medios despojarse de esta faceta, pues sólo la sangre fría lo catapultaría al éxito de su misión y al exterminio de los culpables de lo que le sucedió a su manada.

Giró la cabeza para pedir una nueva copa mientras esperaba la respuesta de la joven. Ignoraba si su respuesta la satisfaría o, por el contrario, la decepcionaría; pero esperaba que al menos su punto de vista la sirviese de ayuda. Aún no había decidido si obviar la tentación o caer en ella, pero había oído que la mejor forma de vencerla era dejándose enredar por la misma, a pesar de que siempre hubiese tomado aquel tópico como una soberana estupidez. Sin embargo, un sonido sordo a su lado y la exclamación ahogada del camarero anticiparon lo que pudo contemplar desde su visión periférica: a la joven desplomándose, aparentemente perdiendo la consciencia. Probablemente ningún hombre corriente habría podido reaccionar como lo hizo él, pero con unos reflejos envidiables, se deslizó felinamente hacia su lateral para sostener a tiempo el inmóvil cuerpo de Iô, impidiendo que llegase a caer contra el suelo. Fue en aquel momento cuando comprendió que ya había tomado una decisión; por lo que apalancó bien a la joven entre sus fuertes brazos y se irguió, incorporándose, sin el menor esfuerzo, puesto que su peso era liviano como una pluma. Blake no era ningún médico, pero sabía que un simple cuerpo humano y menudo como el de aquella joven no podía soportar el trato al que Iô lo sometía. Colocó con cuidado su cuello contra su antebrazo y se las apañó para soltar unos billetes que pagarían las consumiciones de ambos antes de abandonar el antro. Al salir al exterior envolvió aún más con sus brazos a la joven para protegerla del frío, y acercó el rostro de esta hacia su pecho para intentar impedir que la lluvia le diese de lleno en el rostro, todos los gestos con infinitos cariño y delicadeza. Prácticamente corriendo, se dirigió hacia el hospital más cercano, donde esperó no demasiado tiempo con la chica en brazos en una salita de la zona de urgencias a que le atendiesen. Las demás personas que esperaban allí le dirigían toda gama de diferentes tipos de miradas. Finalmente, unas enfermeras trajeron una camilla donde Blake tumbó a Iô y un doctor salió a hablar con él para pedir sus datos. Únicamente pudo decirle su nombre, sin apellidos ni nada. Apretó los puños con frustración; en algún lugar de aquella ciudad, probablemente su familia se estaría preguntando por ella y el hospital no podría llamarles hasta que ella despertase y confirmase su identidad.

-¿Relación que mantiene con la joven? –inquirió el doctor enarcando una ceja detrás de sus gafas.

-Yo… estaba en el mismo bar que ella.

El doctor asintió con un “Entiendo” engreído y acusador mientras se daba media vuelta y Blake veía a la joven desaparecer tras la puerta, tumbada en la camilla, y acompañada por las enfermeras y los médicos que la atenderían.
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Mensaje por Iô Smári Mar Mayo 24, 2011 6:17 pm


Sus ojos tardaron en adaptarse a la luz exagerada de la habitación. Pestañeando varias veces, tardó en darse cuenta de dónde estaba. Le costó media hora incorporarse, no obstante, una vez estaba sentada sobre el borde la cama, miró el suero que le caía a chorro sobre la vía que habían colocado a su izquierda. La punción le dolía, pues el calibre de la misma era mayor que la vena canalizada, mas ella sabía que todo aquello era simple protocolo. No era la primera, ni la última vez, que acababa en el hospital por un coma etílico. Intentando recordar en qué lugar se había desmayado esta vez, el nombre del desconocido con el que había estado hablado flotó en su cabeza como un trozo de madera arrastrado por la corriente; Blake, así se llamaba el hombre. No ubicaba muy bien su rostro, mas los rastros de su masculina voz aún la hacían sonreír; se había topado con un buen tipo, de eso no le cabía la menor duda, otro en su lugar se habría aprovechado de la situación y habría abusado de ella, de hecho, así fue justo como ocurrió la última vez, por eso es, que no solía salir sola a menudo. Iô no sabía parar cuando bebía, su ínfimo cuerpo pedía más y más. Su depresión iba cada vez a peor, aunque ella no iba a hacer nada por solventarlo. La decadencia la gustaba, el dolor la había vuelto adicta. Suspirando, pulsó el timbre para que la enfermera acudiese a tomarla los datos, a mirarla de forma maternal por la pena que da ver a una adolescente consumida por los vicios, acabada antes de haber empezado a vivir, a sufrir de verdad.

-¿Quería algo?- La mujer entró con su particular sonrisa amistosa, pero Iô, puso distancia. No quiere una segunda madre o una amiga que le diga que hay más cosas en la vida además de las drogas, porque eso, ya lo sabe.
-Irme- Su tono fue seco, tajante. La enfermera la miró con un gesto de reprobación, pero no podía negarse; no si era mayor de edad. Entregándola un formulario para que rellenase los datos para la factura, estuvo a punto de darle un consejo, de ofrecerla ayuda, mas se contuvo. Se notaba que Iô no quería a nadie, que la soledad era lo único que buscaba.
-Tu acompañante esta fuera, esperándote. Lleva aquí casi una hora- La prostituta no pudo evitar sorprenderse ante el comentario, no obstante, no tardó en asentir. Una vez la enfermera abandonó la estancia, suspiró con hastío…Ahora le debía un favor a alguien. Chasqueando la lengua, se quitó el camisón del hospital y se vistió con la escasa ropa con la que había llegado. Nuevamente volvió a quedarse de piedra, la chaqueta del hombre estaba entre sus cosas. Colocándosela con un mohín enfadado, rellenó los impresos con rapidez; quería salir ya de aquel lugar, pues le recordaba demasiado al día en que sus padres murieron, al día en el que se despertó magullada y sola.
-Aquí tiene- Sin decir nada más, caminó hasta la sala de espera, la cual estaba atestada de gente de todo tipo. Sin fijarse en nadie, se acercó al hombre con un ligero tambaleo. La pierna le dolía, pero eso no era novedad, por lo que, podía soportarlo hasta que se fuese a dormir a casa, hasta que volviese a drogarse para mitigar los pinchazos. Al verle no supo qué decir, Iô, nunca le ha dado las gracias a nadie, pues siente que lo único que puede otorgarle al mundo son golpes, palabras mal sonantes. Intentando hacer un esfuerzo, medio sonríe antes de que su boca se abra para susurrar unas palabras que no piensa repetir…

- Gracias, aunque lo único que puedo hacer para agradecértelo es follar contigo, y como supongo que eres una persona íntegra, un hombre de esos que siente pena por las prostitutas, rechazarás mi oferta, por lo que, espero que quedemos en paz. No tienes por qué acompañarme a casa, puedo ir en taxi- El discurso salió acelerado de su boca, mas se notaba que había meditado sus palabras antes de decirlas. Ella no quería dar pena a aquel desconocido, no quería que creyese que en verdad le necesitaba- Te devolveré la chaqueta si me das una dirección, e incluso, si lo necesitas, puedo darte una compensación económica…Lo creas o no, soy una puta bastante cotizada- Encogiéndose de hombros, le hizo un gesto para saliesen fuera, pues la gente estaba asombrándose debido a su conversación, y lo que menos necesita ahora Iô, era, público que abriese la boca ante su despreocupada lengua, ante su exagerada e innecesaria sinceridad. La entrada del hospital estaba despejada, una pequeña gotera caía de forma discontinua sobre la techumbre que cubría la puerta. Si no dejaba de llover, acabaría por caerse. La pintura ya se había levantado por completo, mostrando así los rojos ladrillos que componían la sólida estructura.

- No tenías por qué haberte quedado- Seguía sin comprender por qué lo había hecho, pues ella no había sido amable con él; ni siquiera le había tratado bien- No estoy acostumbrada a esa clase de trato, ya sabes…- No iba a contarle ahora lo asquerosa que era su vida siendo pisada por toda clase de hombres, ni lo desconcertante que había resultado para ella sentir algo por uno de sus clientes. A nadie le interesan las historias de locos- ¡Como sea!... Dame tu dirección y zanjemos esto de una vez- Iô no está cómoda con las buenas personas, ya que no puede hacerlas daño, jugar con ellas. Aguardando a que la respondiese, se centró en mirar la incesante lluvia que todo lo barre, que limpia todas las heridas con su profunda humedad, que macera los sentimientos con sus elementos oxidados.

“ A veces me pregunto si he tomado la decisión correcta, si en vez de rendirme al dolor, debería de haber luchado, sin embargo, soy demasiado cobarde para irme por la senda oscura, pedregosa, yo prefiero las luces de neón, la decadencia.”
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